domingo, 5 de diciembre de 2010

Una lectura de Nietzsche

Por Laura Rosell

El libro esta destinado a los lectores tranquilos, a hombres que no se ven todavía arrastrados por la prisa vertiginosa de nuestra atropellada época y que no sienten todavía el servil placer idolatra de tirarse bajo sus ruedas…a hombres que no están todavía habituados a sopesar el valor de cada cosa según el tiempo ganado o perdido en ella…”[1]

Las condiciones laborales y las reglas institucionales no tienen previstos a esos lectores tranquilos, no quieren lectores porque estos no son útiles a sus demandas. Una demanda de una época de la urgencia, de la rapidez. Los docentes circulamos por diferentes escuelas, pareciera ser que esta situación de movimiento y de tiempos acortados en cada institución no permite mantener un deseo por el conocimiento.

Pensemos por un momento que tenemos tiempo, fuera de este tiempo de la urgencia, para no tener prisa y permitirnos detenernos en el vagabundeo del conocer.

Sabemos que el registro escolar mantiene una relación con el conocimiento desde las respuestas, desde una autorización de quien sabe. La garantía del saber estaría dada por una correspondencia en las respuestas y en el orden discursivo. Una pretensión de claridad en la exposición, de entendimiento y de linealidad entre enseñar-aprender. Una relación que pretende mantenerse segura antes los “malos entendidos” con los que juega el lenguaje.

Una frase reiterada en las instituciones educativas es esa necesidad de responder a la “realidad de las escuelas”, una realidad que se mantiene pura antes los ojos, que esta ahí, que es exterior y que se presenta claramente ante los que habitan esas paredes. Dicho enunciado marca las pautas de lectura y el orden de cómo mirar. La realidad aparece transparente y limpia de contaminaciones, con lo cual, también tiene establecida “la solución”.

Pero volvamos al lector para no sumergirnos en la rutina, ¿Quién es el? Es alguien que escucha, sabe de la finitud de su escucha y pone a disposición esa escucha. En ella se juegan el enseñar y el aprender. El profesor mantiene una espera, como tiempo de su vínculo con el conocimiento.

Es decir, su tiempo no es acumulativo, por lo tanto escapa a lo cronológicamente pautado, porque en su espera da vueltas, se mueve lentamente; pone a disposición eso que da a leer esperando las otras escuchas.

Esto puede ser, un ejercicio de libertad donde el por-venir o el devenir en palabras de Deleuze “enseñar no es comunicar, ni informar sino discurrir, dejar que el discurso discurra ante los oyentes para que sea el propio oyente el que decida en que momento entrar en la corriente del pensamiento”[2]; pensar es moverse, es sentirse inestable y perdido antes las certezas de la realidad. El devenir de Deleuze no tiene los pasos marcados, ni el fin prescripto, al igual que el lector de Nietzsche busca inaugurar y perderse inmediatamente. Escribiendo a los márgenes. ¿Donde estará la vitalidad ante el tiempo de la urgencia?

En una búsqueda de libertad donde me permito ver lo que no se ha visto y lo que no ha sido pre-visto. ¿Por qué el lector de Nietzsche es la figura elegida, para escapar al tiempo institucional? Porque ese lector no quiere olvidarse “del habito de pensar cuando se lee, todavía conoce el secreto releer entre líneas; mas aun, es de un natural tan prodigo que incluso reflexiona sobre lo que ha leído…”[3].

Escapa a los tiempos pautados sobres los cuerpos y las mentes, una búsqueda de oxigeno por el vagabundeo del leer, es en este momento donde recurro a Borges y su apuesta a la bifurcación “…me surgió la imagen de la bifurcación en el tiempo…En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras… en la del casi inextricable antepasado de Albert ( Tsui Pen ) opta simultáneamente por todas. Crea así, diversos porvenires, diversos tiempos que también proliferan y se bifurcan…[4]. En esta imagen insiste con el laberinto como tiempo infinito porque el tiempo se bifurca hacia innumerables futuros; su laberinto es un libro; libro y laberinto son el mismo objeto.

Puede ser que para que las ruedas de las condiciones actuales de vida y laborales no nos arrollen podamos refugiarnos en el lector sin prisa de Nietzsche; o entrar en el laberinto de las bifurcaciones de Borges.



[1] Nietzsche, F: Cinco prólogos para cinco libros no escritos. Cap.II: Pensamiento sobre el porvenir de nuestros establecimientos de enseñanza. Pág. 24. Edit. Arena libros. 1999. Madrid.

[2] Larrauri, M: El deseo según Deleuze. Cap. Um huracán avanza alegremente. Edit. Tandem . 2000. Valencia.

[3] Nietzsche, F: Cinco prólogos para cinco libros no escritos. Cap.II: Pensamiento sobre el porvenir de nuestros establecimientos de enseñanza. Pág. 25. Edit. Arena libros. 1999. Madrid.

[4] Borges, JL: Ficciones .El jardín de los senderos que se bifurcan. Pág. 13. Edit Emecé editores, edición especial para diario La Nación 2005. Bs As. Argentina..